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MUJER HONORIS CAUSA
LILIAN ALARCON DURAN
En ocasión del Día Internacional de la Mujer, es oportuno compartir lo que me contaron hace poco: un periodista, llamémosle Pablo, logró colarse por curiosidad en cierto congreso de mujeres latinoamericanas, que se desarrollaba en la capital de México. Más, fue sorprendido infraganti tomando fotos desde un pasillo. Por motivos obvios era el único hombre presente. Y cuando lo requirieron, se quedó sin habla; no estaba acreditado ni pertenecía a un periódico que lo justificara, trató de librarse del momento con cuanto argumento feminista se le ocurrió. Aseguró que la mujer era una heroína, que demostraba su valentía moral y física en cada parto; que las madres enfrentaban con toda serenidad cualquier peligro por salvar a sus hijos, fuera de catástrofes naturales, de la policía o de la “mala junta”, en fin un tropel de lisonjas exculpatorias. Para rematar, a sabiendas de que solo podría añadir una o dos frases, certificó: “Una mujer en pie de lucha es todo un hombre”.
Aparte del asombro, aquella afirmación provocó una cascada de aplausos y una algarabía incontrolable. Qué orgulloso se sintió. Hasta estas sobresalientes mujeres necesitaban de vez en cuando que les movieran un poco el piso. En la mesa directiva, se levantaron algunas manos para pedir la palabra con cara de pocos amigos. Tomó el micrófono una indígena peruana. Con su habla suavecita de eses bien marcadas y largas erres agradeció las palabras de apoyo y elogio. Invitaba a repensar si en verdad las engrandecía ser consideradas hombres. No dudaba de la sinceridad del emocionado testimonio del compañero; pero la masculinidad no era una categoría de mérito, era parte del machismo al uso, una posición social de fuerza y, por cierto, un rezago del pasado. Ellas eran sus iguales, no las sustitutas ni las émulas. Visto que no paraba el desorden, la Presidenta dio un par de palmaditas y anunció un receso de media hora. Al regresar, la mismísima Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz, con sutiles matices irónicos en su voz informó que la reunión continuaría con su agenda prevista después que le entregaran un reconocimiento al amigo que con tanta vehemencia las llevara a categoría de hombre. Le pidió al periodista darle sus nombres y apellidos. Ella describió en breves palabras la satisfacción que les producía entregarle un merecido diploma en reciprocidad al papel que él les atribuyera. Algo tan rotundo podría considerarse un aporte a la paz mundial, y si todos los hombres practicaran esas convicciones, desaparecerían las desigualdades y los abusos. Rigoberta dio lectura al Certificado, con sus dos nombres y apellidos. Y Pablo puede narrar con todo detalle el incidente; pero jamás muestra el diploma: lo considera una mancha en su expediente viril. Enormes letras rojas lo designaban:
Mujer honoris causa
Portoviejo-Manabí-Ecuador
Marzo de 2011
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