martes, 9 de junio de 2015

LA PALABRA

                               LILIAN ALARCON DURAN

Se habla permanentemente de todo tipo de poderes: del poder de la política, de la tecnología, del armamento militar. Incluso, se habla del poder de la prensa, a la que el estadista inglés Edmund Burke definió justamente, como el “cuarto poder”, detrás de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Poderes influyentes como el  de la espiritualidad, el  de la imaginación humana –que no tiene límites- y hasta el poder de la naturaleza.   Sin embargo, hay un poder que sobrepasa a todos estos: el poder de la palabra. Sin la palabra no seríamos nada. Parece obvio, pero con el desarrollo del lenguaje, allá en los tiempos que separan a la historia del más remoto pasado, los seres humanos descubrieron el verdadero poder, el que nos ha hecho la especie más poderosa –y más peligrosa- de este frágil planeta que compartimos con cierta insolvencia.
Es tan poderosa la palabra que en algunas culturas orientales y del medio oriente, se decía que ella había sido entregada a los hombres por los dioses, y que era potestad de ellos. Los Sumerios aseguraban que el Dios Marduk, el más importante del panteón antiguo en la Mesopotamia, se había compadecido con esos seres que había inventado y que no podían comunicarse. Entonces les entregó la palabra, les enseñó a hablar. Tal vez sea cierto, pero los animales también hablan, aunque lo hacen a través de códigos más puros, que no permiten ningún engaño.  El ladrido del perro, el canto del gallo e incluso el gruñido del cerdo expresan una verdad y a veces aventajan en sutileza a las expresiones de algunos personajes, que suelen utilizar el lenguaje para ocultar el pensamiento. De hecho, hay acciones que solo pueden efectuarse mediante palabras, como por ejemplo disculparse, prometer algo, pedir perdón, quejarse, dar las gracias, entre otros. Austin señaló que pueden crearse relaciones sociales relevantes (como nombramientos, compromisos, alianzas), por parte de las personas o instituciones, al decir las palabras adecuadas en el lugar adecuado. Sin embargo, la mejor palabra es la que no se pronuncia, dicen los expertos, porque de ella dependen muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Una cometa se puede recoger después de echarla a volar, pero las palabras jamás se podrán recoger una vez que han salido de nuestra boca  “Si todas nuestras palabras son amables, los ecos que escucharemos también lo serán
Resumiendo, cuidemos las palabras que pronunciamos, es bueno recordar que ellas tienen gran poder. Habla de tal manera que en tu alma y en la de los demás produzcan sosiego y paz.

Portoviejo - Manabí – Ecuador


26 de Mayo 2015