FRANCISCO
l
Lilian Alarcón
Durán
Argentina nunca tuvo
un esquema protagónico similar. Tener un Messi cuando el nombre de Maradonna no
ha perdido vigencia, tener una mujer presidenta en su país y otra que es reina en Europa, continente
donde Cristina es modelo para muchos, en los países de crisis espantosas, y finalmente, en El Vaticano, la capital
religiosa de occidente, Argentina
“pone” un Papa.
El humo
blanco le anunció al mundo que la más alta jerarquía de la Iglesia Católica
había logrado el consenso suficiente como para designar al sucesor del papa
Benedicto XVI, que renunció frente a su impotencia para controlar la lucha de
tendencias que corroe a la cúpula romana. Por
primera vez en la historia de la iglesia la designación recayó en un
latinoamericano, el cardenal argentino Jorge Mario
Bergoglio, quien asume su papado con el nombre de
Francisco l. Viene de la tradición jesuita, que como es conocida por todos, es
el sector de la iglesia que tiene mayor cultura social y mayor perspectiva
estratégica para cumplir los fines para los cuales fue designado: restablecer
el equilibrio institucional e invisibilizar las fracturas interiores que cruzan
a la curia romana y al estrecho círculo de poder espiritual y económico que la rodea.
Curiosamente se elige
el Papa Francisco a las ocho de la noche de Roma. La misma hora en que vemos
fotografiados a ocultistas de diferentes épocas, con el mismo reloj detrás,
marcando las cabalísticas ocho horas. Es que el ocho es el número poder.
En
América Latina, la masividad e influencia de la fe católica no es reciente, sin embargo el acceso al
papado de un representante de su iglesia recién se produce. Seguramente
diversas causas influyeron para eso y varias nunca serán conocidas. Pero hay
una lectura política de esta elección que es inocultable, imposible esconder:
hoy por hoy
es en América latina donde crecen liderazgos
capaces de fortalecer la unidad de las amplias masas, la Iglesia institución quiere intervenir en
este proceso, no para empujar esos
cambios, sino para frenarlos.
Sin duda, en el juego de alianzas internas de la soberanía
eclesiástica que permitió su elección habrá pesado su carisma y capacidad para lidiar con el consentimiento de la sociedad, es
decir atraer multitudes. Esa será su misión prioritaria, porque la
iglesia necesita recuperar la credibilidad de millones de creyentes en sus
cúpulas y en sus pastores, como una condición necesaria y urgente para detener
el alejamiento de creyentes que se vienen ahuyentando de ella en los últimos
años, en múltiples direcciones, quebrantando las bases materiales de su poder
milenario.
Portoviejo-
Manabí – Ecuador
17 de
Marzo de 2013